Tenia siete años cuando conocí a Samantha, yo cursaba el segundo año de mi educación primaria, ella era la niña más hermosa que jamás había visto. Su piel blanca, ojos claros y cabello negro, enmarcaban el conjunto de un todo precioso. Me enamore de ella desde el primer momento en que la vi, pero ella jamás se fijo en mi. Yo fui desde la primaria un cero a la izquierda, una perdedora que no valía la pena en ningún sentido y que lo siguió siendo hasta la secundaria. Recuerdo que el último día de clases, antes de que partiéramos a la preparatoria, me había decidido a expresarle lo que sentía, no podía darme el lujo de irme sin antes vomitarle encima todo ese amor que me atormentaba día a día. La mire desde la escalera del edificio de ciencias, mientras se dirigía con su sobre de documentos a la salida del plantel, por alguna causa ella siempre era de las últimas personas en irse de la escuela. Yo siempre esperaba a que se fuera, contaba hasta diez y salia detrás de ella, siguiéndola en las sombras. Baje las escalera de dos en dos, corrí a la salida y me pare en seco detrás de ella, dije por primera vez, desde que la había conocido, su nombre. Sus ojos se encontraron con los mios, cuando volteo a mirarme. Sonrió, sus carnoso labios rosados, mostraron sus blancos y derechos dientes, me quede como estúpida, su mano toco mi rostro y con un -pensé que jamás me lo dirías- me tomo de la muñeca y me llevo a uno de los solitarios salones de utileria. Sus deliciosos labios tomaron los mios por sorpresa, su cálida lengua se hundió en mi boca ansiosa, yo estaba y no estaba a la vez, el calor subió desde la punta de mis pies y abrazo todo mi ser, me entregue a la palpitación de mi entrepierna y deje que me quitara lentamente el uniforme escolar, mientras yo intentaba hacer lo mismo con el suyo. Cuando su pechos redondos y perfectos quedaron libres del brasiere rojo, no pude mas que lamer sus sonrosados pezones. Ella gimió de placer, de pronto me aparto con furia, me tiro sobre el frió y duro suelo de cemento, su rostro se encontró con el mio, mientas me besaba, sus dedos hacían círculos con mis pequeños senos, yo solo sentía su suave piel contra la mía, percibía su aroma y me retorcía de placer mientras sentía su lengua recorrer todo mi ser, desde el cuello, hasta el pubis. Me separo las piernas con rudeza, se aparto el cabello del rostro y recorrió cada centímetro de mi intimidad. Los movimientos rítmicos de su lengua y sus descontrolados dedos embistiendome, me llevaron al orgasmo. Ella no quedo conforme, se sentó a horcajadas sobre mi rostro y me obligo a lamer su húmeda y caliente feminidad, mi torpeza la exitaba, recorrí con la lengua cada centímetro de su intimidad, el delicioso sabor salado me reconforto y me abrió los ojos a un nuevo mundo. Nos quedamos en el salón mucho tiempo. De camino a su casa, no hablamos, de hecho jamás lo volvimos a hacer, no volví a verla y ahora desnuda en mi despacho a las diez de la noche, recorro con la legua el joven y terso cuerpo de mi secretaria de diecinueve años Lupita, que me recuerda que nunca le di las gracias a Samantha por enseñarme el arte de amar y disfrutar a las mujeres.
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